viernes, 4 de diciembre de 2015

Restaurante vacío

Siempre me entristece entrar a un restaurante vacío. Saber que el dueño ha puesto su ilusión y esfuerzo en crear algo pero que le falta un único ingrediente para el éxito: clientes. No le queda otra opción que agarrase a la esperanza de que la situación mejorará hasta que llega el día de tirar la toalla. Creo que sabéis de lo que hablo. Pues bien ayer sentí esta tristeza en toda su intensidad.

Dejadme que empiece por el principio. Un hombre trabaja en una una multinacional con posición dominante en el mercado como jefe de producción y tiene que soportar a unos jefes que no tienen una visión de futuro clara y una organización que no le deja desarrollar sus ideas. Un día dice basta y decide fundar una nueva compañía. Un claro ejemplo de cultura del esfuerzo. Empieza con un préstamo y un laboratorio para desarrollar su concepto, consigue más financiación, contrata más gente, consigue un par de patentes, consigue más financiación y construye su planta. 

Yo trabajo en la compañía que él dejó, en una tecnología equivalente al producto que él ha desarrollado. Ayer fuimos a verle porque se ha declarado en bancarrota y tiene que vender. No funcionó por multitud de razones que no voy a detallar como tampoco la tensa conversación con los abogados. Pero si ver un restaurante vacío duele, ver una planta de esas dimensiones parada me atraviesa el corazón. Entre otras cosas porque, como estoy en esa industria, sé ver trabajo bien hecho, el esfuerzo, el... amor, sí, amor, que ha puesto en cada equipo, en cada unidad. Se podía ver el razonamiento seguido en el diseño, que no había tomado atajos y que había puesto una atención al detalle digna de elogio. Toda esa maquinaria estaba en silencio, parada, aún brillante aún por el poco uso. Fue él el que nos guió en la visita a la planta. Estaba intentando vender sus sueños, claramente derrotado pero aún pude ver una chispa de orgullo y de esperanza en que aquello funcione, aunque sea sin él. No sentí en ningún momento satisfacción por tener a un rival derrotado o siquiera por saber que hemos hecho las cosas mejor. 

Me fijé en él.  Para tener las agallas de hacer lo que él hizo incluyendo el moverse para tener la financiación y apoyos que ha recibido y tener tanta gente creyendo en él yo me esperaba a alguien con la pinta de un corredor de bolsa o, al menos, un vendedor de coches usados. Pues no. Tenía la clásica pinta de ingeniero centrado en la tecnología y con no demasiada capacidad para las relaciones personales. Alguien que no disfruta con la política y el charlatanismo, algo introvertido incluso. Prabablemente tuvo que luchar contra su naturaleza para poder seguir su sueño. Quizá eso le de más valor a lo que hizo. En todo caso es, a pesar del resultado, todo un ejemplo a seguir. O al menos a admirar y reconocer porque seguir... yo no podría hacerlo nunca.

2 comentarios:

  1. Muy triste la verdad, para echarse a llorar. Hay que echarle huevos para endeudarse a una carta sin garantías. Eso sí, ya puestos mejor endeudarse así que no atándote a un pisucho.
    Lo que le pasa a este hombre y a los restauradores es que piensan "coño, me gusta cocinar, voy a montar un restaurante" o "coño, voy a montar una empresa de producción de x, que soy buen técnico". Pero claro, llevar un negocio poco tiene que ver con esas habilidades. Igual da dirigir una empresa de x que de y. Al final es gestionar recursos, meter una cosa para sacar otra y sacar beneficios en el intento.
    En cualquier caso, loable intento. Y muy triste caída, muy triste.

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  2. Re-conocer que ser un técnico cualificado no te legitima para ser un buen gestor es algo que siempre conseguimos hacer mejor en el otro que en nosotros mismos. No obstante me imagino que son muchos los factores que intervienen en el éxito de una empresa y probablemente en este caso particular no tenga nada que ver lo que acabo de escribir. El comentario de Klaus me ha llevado a esta reflexión, pero sin ánimo de opinar sobre el caso en concreto.

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