El autobús, el metro o la cola del supermercado son contextos estupendos para asistir a disertaciones cargadas de emotividad y exabruptos dirigidos a batas blancas. Raramente la diana es el sistema, el objetivo somos el personal sanitario. De hecho, mi impresión es que el sistema importa una mierda. Mientras la cacareada sanidad universal englobe al susodicho y además le resulte gratuita, la certeza política de que todo va bien se compra sin problema. Un mínimo resquicio de duda se resuelve argumentado que uno cotiza a la seguridad social desde tiempos inmemoriales y punto.
Los médicos somos la bata blanca más mentada en estas situaciones. Es
cierto que a veces se escucha hablar de errores, pero en la mayoría de los casos no se tocan temas
técnicos. Se reclaman sonrisas, amabilidad, que atenúen por ejemplo la espera
de un resultado o de una revaloración. Se reprochan bocadillos, cafés a hurtadillas o cigarros a la puerta del hospital. Actitudes interpretadas como déspotas,
despersonalizadas, indiferentes de entes que pasamos muchas horas por las salas
de los hospitales, los resilientes. De las Facultades de MIRicina
a la resiliencia. Interesante período éste… tanto que repito. Lo contaré.
Nuestras caras mientras sostenemos batas
rebosando papeles (ahora dispositivos electrónicos variados), fonendos con
campanas decoloradas por multicontacto (eso no cambia) y bolígrafos varios, son
un poema después de una bendita guardia. Hay fotos
Recorremos pasillos intentando almacenar en
el supratentorio datos y deseando que el inconsciente (dado que el consciente
está para poco más) reprima experiencias relacionadas con el dolor ajeno. Y nos
olvidamos de algo importante. No para nosotros, pero para los de la cola del
supermercado, que son los que cotizan. ¿Qué era?
Saliente de guardia. Doy fe.