jueves, 17 de diciembre de 2015

PAPELÓN DE LA SANIDAD EN EL DEBATE POLÍTICO



     Es natural que todos los profesionales tengamos expectativas en que nuestras áreas de interés tengan protagonismo en el debate político. Hace unas entradas, en respuesta a historias de médicos por doquier (un tema de sumo interés),  mi narcisismo me guió lacónicamente a través de  argumentos viscerales   Y claro, contemplar que la sanidad se obvia en los diferentes debates entre políticos parece toda una bofetada (una herida narcisista que dirían). Pero no es lo mismo sanidad que historias de médicos.  Estos días, las opiniones de gurús de la medicina 2.0 van en la línea del reproche y combinan estupor, indignación o incredulidad, ya sea comprimidas en twitter o desarrolladas en blogs. La autocomplacencia más sólida me pareció esta me pareció esta
Etiquetar de complejidad máxima tanto el acto sanitario como su gestión y relacionarlo con la presunta bisoñez del panorama político son antiséptico para una herida así. ¿Será por eso que no se habla de sanidad? Pues NO! Estoy completamente de acuerdo con el trato político que se le está dando al tema y mi argumento va en la línea ya perfilada  por aquí

     A la gente la sanidad le importa una mierda. No así la salud. Y el concepto bueno como tal, el que engloba lo biopsicosocial. Equiparar universalidad con gratuidad es suficiente para que la “seguridad social” quede explicada. Otra cosa es el “a propósito de mi caso”, el debut como paciente/usuario en el  sistema sanitario. La vivencia de  prioridad absoluta y gravedad máxima marcan la línea de propuestas e improperios al sistema. Juntándolas con las del vecino tejen una amalgama de puntos de mejora inabarcables. Apriorísticamente un brainstorming emotivo podría ser útil, pero claro, si el escenario es tabernero la cosa se complica. Lo de las quejas formales no se lleva…¿para qué voy a poner una reclamación escrita?

     Los otrora políticos “tiempos o listas de espera”  continúan no adaptados para casi nadie pero sin embargo ya no están de moda. Los bolsillos de particulares se vacían buscando soluciones en la homeoterapia o en las consultas privadas. Si los bolsillos están vacíos o simplemente no hay bolsillo, pues a urgencias. Los gestores encuentran “soluciones” en la largada (por ejemplo a centros  concertados). Incluso antes de que el usuario aparezca por el hospital (“allí le atenderán antes”). Ya se sabe, acicalar antes de largar (conceptos de  Roy Basch). Es una manera de buscarse la vida ante el desinterés político. Ahora los que están de enhorabuena son los que se dedican a la violencia de género como estructura. Un cajón desastre politizado y emponzoñado hasta decir basta. Otro tema.

     Pues eso, con la salud individual como interés particular oculto, la sanidad no aparece en las listas de temas para ganar  votantes. Y así nos hemos quedado, sin lugar en el debate político y sin herida. Bien.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pánico a una muerte ridícula

Este es el título de una canción de Def Con Dos en el que el estribillo recitaba:

Electrocutarse al cambiar una bombilla
Suicidarse sin mirar la primitiva
Ahogarse en la piscina... ¡de un barco!
Desnucarse en la bañera fornicando

Curioso que lo recuerde después de más de 15 años sin haber oído la canción. No eran de mis grupos favoritos pero no estaban mal, gustos de juventud. No eran más que una copia de los Beastie Boys pero bastante aptos musicalmente.

Parece que el pánico a una muerte ridícula no está en la lista de fobias de la wiki. Especialmente interesnte es la tripofobia... en la que tienen una página web con un test para saber si tienes trypofobia... al principio parece una chorrada pero luego...

Pero volvamos a lo de antes. Muertes ridículas ha habido muchas y ránkings hay para aburrir. Pero esta, reciente, no está mal. ¿Conocéis la marca North Face?  Supongo que sí, abrigos impermeables y tal para condiciones extremas de deportes al aire libre. Pues bien, su creador ha muerto recientemente... ¡de hipotermia!

(Tengo un sentimiento de dejá vu con este artículo... excepto en lo de North Face, claro)

viernes, 4 de diciembre de 2015

Restaurante vacío

Siempre me entristece entrar a un restaurante vacío. Saber que el dueño ha puesto su ilusión y esfuerzo en crear algo pero que le falta un único ingrediente para el éxito: clientes. No le queda otra opción que agarrase a la esperanza de que la situación mejorará hasta que llega el día de tirar la toalla. Creo que sabéis de lo que hablo. Pues bien ayer sentí esta tristeza en toda su intensidad.

Dejadme que empiece por el principio. Un hombre trabaja en una una multinacional con posición dominante en el mercado como jefe de producción y tiene que soportar a unos jefes que no tienen una visión de futuro clara y una organización que no le deja desarrollar sus ideas. Un día dice basta y decide fundar una nueva compañía. Un claro ejemplo de cultura del esfuerzo. Empieza con un préstamo y un laboratorio para desarrollar su concepto, consigue más financiación, contrata más gente, consigue un par de patentes, consigue más financiación y construye su planta. 

Yo trabajo en la compañía que él dejó, en una tecnología equivalente al producto que él ha desarrollado. Ayer fuimos a verle porque se ha declarado en bancarrota y tiene que vender. No funcionó por multitud de razones que no voy a detallar como tampoco la tensa conversación con los abogados. Pero si ver un restaurante vacío duele, ver una planta de esas dimensiones parada me atraviesa el corazón. Entre otras cosas porque, como estoy en esa industria, sé ver trabajo bien hecho, el esfuerzo, el... amor, sí, amor, que ha puesto en cada equipo, en cada unidad. Se podía ver el razonamiento seguido en el diseño, que no había tomado atajos y que había puesto una atención al detalle digna de elogio. Toda esa maquinaria estaba en silencio, parada, aún brillante aún por el poco uso. Fue él el que nos guió en la visita a la planta. Estaba intentando vender sus sueños, claramente derrotado pero aún pude ver una chispa de orgullo y de esperanza en que aquello funcione, aunque sea sin él. No sentí en ningún momento satisfacción por tener a un rival derrotado o siquiera por saber que hemos hecho las cosas mejor. 

Me fijé en él.  Para tener las agallas de hacer lo que él hizo incluyendo el moverse para tener la financiación y apoyos que ha recibido y tener tanta gente creyendo en él yo me esperaba a alguien con la pinta de un corredor de bolsa o, al menos, un vendedor de coches usados. Pues no. Tenía la clásica pinta de ingeniero centrado en la tecnología y con no demasiada capacidad para las relaciones personales. Alguien que no disfruta con la política y el charlatanismo, algo introvertido incluso. Prabablemente tuvo que luchar contra su naturaleza para poder seguir su sueño. Quizá eso le de más valor a lo que hizo. En todo caso es, a pesar del resultado, todo un ejemplo a seguir. O al menos a admirar y reconocer porque seguir... yo no podría hacerlo nunca.

martes, 1 de diciembre de 2015

LA RESILIENCIA




     No me subo a ola de este palabro que llena manuales de autoayuda. Simplemente me tomo la licencia de rebautizar así el período por el que uno transita tras la facultad de medicina ahora Facultades de MIRicina Son unos cuantos años, al menos cuatro. Es lo más parecido a hacer la mili… ¿tú dónde hiciste la residencia? Sin duda “licenciarse” en determinados sitios y de determinadas especialidades genera cuanto menos empatía.  

     Los quirúrgicos se vanaglorian de horas “invertidas” en el hospital. Tienen miles de guardias y lo suyo es quedarse al día siguiente, a ser posible comer de nuevo en el hospital. Al parecer es la clave para la pericia en la sección de tejidos. Los médicos en cambio ningunean la habilidad, psicomotricidad y  resistencia física necesarias para conseguir esto.  Su objetivo es acumular datos de enfermedades, ya sea en alguna zona del cerebro o en un papel. Demostrar que uno los recuerda, después de 36 horas seguidas en el hospital, es paradigmático del buen resiliente. Luego están psiquiatras y gentes varias de laboratorios y radiología cuyas vidas se desarrollan al margen… lo previsible teniendo en cuenta la elección.

     Común a todos es parapetarse tras un bata, llenar los bolsillos de papeles, bolígrafos de laboratorios y habitualmente el fonendo. Y nada, que uno ya es médico, el puto R1. El requisito previo es el examen MIR (ya sabéis, 250 preguntas tipo test, cinco opciones, cada tres errores se resta una). Al parecer muy equitativo como método de acceso, pero complemente carente de utilidad práctica. El manual del resiliente es la historia de cada uno, transitando por hospitales, conociendo enfermos, pasando de R1 a R2, R3 y finalmente a R4 (algunos hasta R5). Los coerres, como los antiguos quintos, lo son para toda la vida. Juntos lidian con multitud de situaciones y emociones, en condiciones imprevisibles en lo que se refiere a estrategia formativa. Va desde “que vea la planta el R1, que así se curte”, a “que no toque nada hasta…”. Como denominador común general se mantiene el valor a la dedicación constatable con argumento formativo. Es decir, echar horas en el hospital “viendo pacientes” proyectando en el resiliente la nostalgia de unos tiempos que no volverán y que no son los que vivimos. Luego uno termina, y alguna vez deja de ser resiliente.